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En nuestro viaje por la vida, enfrentamos diversas afectaciones externas, comúnmente conocidas como enfermedades. Desde temprana edad, experimentamos distintos tipos de afectaciones, algunas más relevantes que otras. Desde un simple resfriado, hasta afrontar enfermedades más graves o accidentes que resultan en lesiones físicas como un brazo roto que necesite escayola. Para cada una de estas afectaciones, tenemos remedios y curas, tanto científicos como naturales, que nos ayudan a recuperarnos. No obstante, solemos descuidar nuestras “enfermedades” emocionales desde la infancia. Se asume que los golpes emocionales se resolverán por sí solos. Por ejemplo, si un niño pierde a su padre, se espera que se rehaga y continúe adelante.

Sin embargo, debemos entender que así como tratamos las enfermedades físicas para evitar secuelas, las afectaciones emocionales también pueden dejar huellas en nuestra personalidad y en cómo enfrentamos la vida. Es crucial comprender esto por varias razones importantes.

En primer lugar, es fundamental reconocer la diferencia entre los tipos de afectaciones emocionales. No es lo mismo lidiar con una sanción puntual de los padres que enfrentar la pérdida de uno de los progenitores a una temprana edad. Cada situación requiere un enfoque emocional distinto, al igual que lo hace una enfermedad física.

Por otro lado, la negligencia en el cuidado de nuestras heridas emocionales puede tener repercusiones a largo plazo. Así como un brazo roto mal curado puede generar problemas y desajustes corporales, el dolor emocional no tratado puede afectar negativamente nuestra vida. Esperar décadas para buscar ayuda puede hacer que el proceso de curación sea complejo, doloroso y largo.

Es común que pensemos que una simple terapia o sesión resolverá todos nuestros problemas emocionales. Pero la realidad es que cada persona puede beneficiarse de distintos tipos de terapias, ya que lo que funciona para uno puede no ser efectivo para otro. A veces, persistimos en una terapia que nos ayuda con ciertos problemas, pero seguimos sufriendo por otros aspectos no abordados.

La propuesta de la metarespiración es utilizar diversas “medicinas” según la problemática que se presente, abordándolas a nivel corporal para que se integren en un nivel profundo e inconsciente, conduciendo hacia elecciones y soluciones más saludables.

Para lograr esto, es importante:

  1. Comprender cómo funciona nuestra mente y nuestra mecánica interna.
  2. Ser conscientes de cómo absorbemos y emitimos influencias de nuestro entorno.
  3. Reconocer que nuestras interacciones con otros pueden alterarnos y que estas alteraciones pueden influir en nuestra interpretación de situaciones.

El conocimiento de nosotros mismos y la meditación pueden ayudarnos a alcanzar este proceso, pero sabemos que la meditación requiere dedicación y entrenamiento.

La metarespiración, por su parte, nos invita a tomar responsabilidad por nuestras emociones y acciones. Sin embargo, esta toma de responsabilidad puede resultar desafiante si no tenemos una comprensión clara de quiénes somos realmente.

En resumen, abordar nuestras “enfermedades” emocionales de manera adecuada y a tiempo es crucial para evitar secuelas a largo plazo. La metarespiración nos ofrece una perspectiva holística y corporal para tratar estas afectaciones, lo que nos permite tomar el control y responsabilidad de nuestras vidas emocionales.